21 abr 2009

Muertes

Hace poco más de un mes falleció mi bisabuelo Salomón, papá de mi abuela paterna. Un hombre duro, de carácter fuerte y hosco pero muy trabajador, honrado y fiel a su familia, quien fue de las primeras personas que emigró a Estados Unidos, ya maduro y triunfó en Nueva York, volviendo a Guatemala pero manteniendo mucha actividad y una vida tranquila y sana, lo que lo ayudó a vivir hasta los 100 años, cumplidos el pasado noviembre.


Conocí poco a mi bisabuelo. Cuando volvió de Estados Unidos, a finales de los ochentas, ya era un hombre anciano pero lleno de vitalidad que nos quiso mucho a mi hermana y a mí e incluso se mantenía al tanto de nosotros. Cuando lo veíamos (siempre estaba haciendo mandados, atareado y febril) mi hermana lograba arrancarle una sonrisa con sus risueños abrazos y demás atenciones, aunque fué una influencia lejana en mi vida, mi bisabuelo me hereda dos cosas importantes, además de mi arqueado de cejas y el bendito moreno de mi piel: lo fundamental del trabajo constante y un sentido de cuidado personal, sin grandes comidonas, sin vicios y aún retirado, teniendo la cabeza ocupada en algo. Que descanse en paz.
Hace muy pocos días ocurrió una muerte inesperada, un familiar muy cercano de una amiga a la que quiero mucho sufrió un accidente y aunque estuvo luchando por su vida en el intensivo hospitalario, finalmente falleció. Un hombre joven, extraordinariamente emprendedor y querendón, también (como pude observar en su funeral) muy querido a quien tampoco conocí pero cuya desaparición me lleva a la reflexión, sobre las personas a las que valoramos más, a las que tratamos de menos, a quienes damos por garantía que estarán siempre allí y a las personas que dejamos de lado, por correr contra el tiempo o dejadez pero que siguen valiendo la pena tener alrededor.
La muerte es una compañera de toda la vida, sería absurdo temer su visita aunque si es muchas veces demoledor cuando visita a quien amamos, queremos o apreciamos mucho. Es donde, y disculpen que no sea mejor consuelo, me permito incluir una vieja oración familiar, que a la vez son palabras dirigidas a Dios y guía de la actitud con que se debe enfrentar a la muerte, gracias por leer y por sus comentarios.
En vida Hermano, en vida.
Si quieres hacer feliz a alguien
que quieres mucho, dícelo hoy,
sé muy bueno.


Si deseas dar una flor,
no esperes a que se mueran
mándala hoy con amor.


Si deseas decir Te quiero a la gente
de tu casa, al amigo cerca o lejos.
En vida Hermano, en vida.


No esperes a que se muera la gente
para quererla y hacerle sentir tu afecto;
tú serás muy feliz, si aprendes a hacer
felices a los demás.
Nunca visites panteones,
ni llenes tumbas de flores,
llena de amor corazones.
En vida Hermano, en vida.

2 comentarios:

Penn dijo...

La muerte adquiere relevancia únicamente con la vida. Existe la muerte porque antes hubo vida... de allí que con la vida se salve todo lo que no puede hacerse después de llegada la muerte.
Es doloroso, naturalmente, estar conscientes de que un día tendremos que decirle adiós a quienes amamos desde lo más profundo de nuestro ser... todos hemos pasado por ello y si no hasta ahora, entonces después. Dando por sentada tal consciencia (saber que vamos a morir) resulta aún más importante, como bien reza la oración, hacer y decir todo en vida.
Es un deseo personal llegar a la muerte después de haber "vivido", es decir, no morir habiendo vivido "por gusto".
Que rico será estar listos para morir al final de nuestra vida y disfrutar entonces de los frutos de lo que hayammos sembrado aquí.

Cristián Guerra Campo dijo...

Hay que estar preparados y asumirlo como y cuando venga; que para unos es temprano y para otros mas tarde. Nadie quiere estar entre esos zapatos.