12 feb 2009

El puro diario vivir

Donde te vas dando cuenta que las historias que alguna vez contaste eran pajas y que de donde las sacaste resultó ser un grupito así mero malparido de recuerdos, rencores y sustos mezclados, es donde pensás que al final de cuentas, la casaca fina con la que te desenvolvés frente a los demás sólo es un don que hay que saber aprovechar.

Rollo no muy distinto con las chavas y desde siempre, ese tu ánimo de fisiquín inyectado, aretito en la ceja, botas norteñas y moto de mensajero, encima con la plática cantineadora que te ayudaba en el éxito que tuviste con ellas. ¿Con cuantas andabas? ¿seis? ¿ocho? Te acordás bien de los nombres, a lo macho, seguro que sí por que además llevabas la cuenta, en una libretita reciclada del liceo que tenías guardada, parece que fue ayer que en el elevador de la U la conociste, un poco esperanzador “Marcela” y el teléfono fue lo que le lograste sacar en esa primera plática.

Poco a poco fuiste haciendo callo, al principio te mandaban a volar todas, después la mitad y entonces eran ya muy pocas las que se perdían de la forma que las mirabas, las charadas que decías, los lujos a los que las invitabas.

Nada mal lo que tenías en ese entonces, las averías que hacías con algunas chavas casadas, las ravers ricas que te conectabas de vez en cuando, las dos israelíes de San Pedro la Locura, las nenas prohibidas que se te metían en las fantasías, las colegialas de la zona uno que te levantabas con los cuates, que de subirles las faldas no pasabas, por que les daba pena, las gringas de La Antigua, un par de gordas y una pizadita esquelética que hacía maravillas en la cama.

Tus rocambolescos y lascivos recuerdos se fueron apagando, deslizándose por la corteza de tu trozo derecho de cráneo, a la par cabal del montoncito de tierra que te sirvió de almohada sucia cuando te desplomaste, justo en el momento en que te terminaron de registrar los bolsillos, tratando como estaban los tipos esos de no mancharse con tu charco de sangre, tu cara que se estaba escurriendo lentamente por el asfalto gris de la barriada pobre esta.

Con un poco de pena y algo de ternura profesional –sí, como el de las putas- , los técnicos de chaleco negro te limpiaron el resto la cara para tomarte video, las pepitas de metal que tenías incrustadas desde el hombro izquierdo habían dejado un olor a pólvora y a carne viva que comenzaba a hacerse notar allí en el abrasador atardecer de la zona dieciocho. Sin tus papeles y con el tatuaje en el hombro, el de la rosa roja, que te pusiste hace tres años, te bautizaron marero aunque no lo fueras, decidieron que seguro tu ropa de vendedor era una mentira y declararon que “en algo andabas metido”, desaparecieron tus zapatos y cadena y te condenaron a no tener nombre, a que en tu casa tus hermanos no supieran de vos esa noche y a que fueras portada en Nuestro Diario al día siguiente; entre Miss Fashion Florida y los goles de Messi, bajo tu chingado pero breve epitafio:

“ASESINAN A MENSAJERO
a escopetazos muere hombre en San Rafael, Zona 18.
Lea todo página 3”

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que postre el que he leido! buenisimo este tu rollo, lo senti mi y creo que de muchos otros cuates, La paja en letras. Saludos tocallo.

Maria dijo...

como dirian mis compañeros de la u, su cuento me llega

Cristián Guerra Campo dijo...

muchisimas gracias que bueno que les gustó.. hay lo rolan!!!

Anónimo dijo...

Muy tu estilo... pero medio macabro, no? Saludos.