13 feb 2007

EDITORIAL (13-2-07)
Riesgos de un partido indígena
El anuncio de la creación de un partido político indígena que sirva de plataforma para llevar a la Presidencia de la República a la señora Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz de 1992, abre la puerta a una discusión acerca de un tema de especial riesgo en un país como Guatemala, donde la población autodenominada maya tiene evidentemente un porcentaje muy alto, aunque no se haya establecido con total certeza a cuánto asciende en realidad.
Es indudable que la señora Menchú, como todo ciudadano mayor de 40 años, tiene el derecho de aspirar a la primera magistratura de la Nación, y también nadie le puede válidamente negar esa posibilidad porque sea mujer.
En países multiétnicos como India, Pakistán y Filipinas, ha habido casos de gobernantes mujeres en sociedades milenarias y por ello machistas. Pero en esos lugares las mujeres convertidas en gobernantes han llegado por la vía de partidos políticos no sectorizados en cuando a quienes tienen derecho a integrarlos, como sería el caso en Guatemala con un partido indígena.
Las declaraciones de la señora Menchú, ayer por la mañana, indican que no llamarán a las filas de esa agrupación a personas que no sean de aquel origen étnico, pero que recibirán a quienes quieran acercarse y no pertenezcan a alguno de los 23 grupos indígenas que integran la sociedad guatemalteca, con todo lo que ello significa en cuanto a las divisiones normales de cualquier grupo humano.
Guatemala es un país donde durante siglos ha habido racismo y machismo. Esto no ocurre solamente del grupo ladino hacia los indígenas, sino también en sentido contrario y dentro de los diversos grupos étnicos entre sí, en lo cual influyen condiciones históricas, culturales, económicas, etcétera.
Por eso, ideas como la de tener una universidad maya, o un partido indígena, son contraproducentes. Sería absurdo pensar siquiera en un partido ladino, por ejemplo, o en una universidad para esa etnia. Simplemente no cabe.
Los indígenas jóvenes se han ido preparando en todos los campos, y aunque ciertamente constituyen una minoría, es un hecho indudable que los avances están allí, palpables, en un proceso evolutivo que tiene su principal fuerza en ser maduro y evolutivo, no revolucionario.
La participación política de las personas responde a criterios específicos de cada una. Un partido femenino, por ejemplo, se encontraría con que las mujeres indígenas y campesinas tendrían más puntos de convergencia con los hombres indígenas campesinos que con las mujeres ladinas urbanas.
Dentro de la organización de las agrupaciones políticas se ha hablado mucho, en los últimos tiempos, acerca de la conveniencia de mantener partidos donde quepan ciudadanos de todas clases, o si se deben crear partidos sectarios de grupo, clase o raza.
La discusión internacional es amplia. Pero en Guatemala lo que menos se necesita es convertir la lucha política en enfrentamiento étnico o religioso. Irlanda e Irak son dos muestras de lo que sucede cuando eso ocurre. Por ello, la idea de un partido indígena no procede.

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