15 ago 2015

Zabludovsky y la comodidad del no decir

Hace unas semanas falleció el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, muy conocido en Guatemala gracias a la penetración de la televisión del país del norte, un tipo admirado por mi abuelo por su seriedad y simpatía personal, ya mas recientemente era un símbolo televisivo al que rendían homenajes y participaba en coberturas deportivas o históricas especiales. En la visión que yo tenía, era parte de ese viejo y espléndido México del siglo XX, respetable, grandioso, influyente.

Estando en viaje de estudios por la Ciudad de México en el mes de junio, se dio la noticia de su fallecimiento y me sorprendió enterarme de la otra opinión que se tiene allá sobre don Jacobo. Con la imagen de profesional cultivado, la de opaco comunicador; junto a las generaciones de nuevos periodistas que formó a lo largo de los años, el perfecto cómplice del régimen de Partido Único. Del ágil comunicador en el drama vivido por el Terremoto de 1985 en la metrópoli, al peón de la maquinaria de la presidencia imperial de Gustavo Díaz Ordaz para la matanza de Tlatelolco de 1968.

Como hablábamos con mis compañeros de estudio allá, la mayoría mas jóvenes y casi todos de provincia, la imagen de México en el exterior ha sido una de las políticas culturales, propagandísticas y diplomáticas más exitosas, pues siempre me había dado la impresión, que creo que tenemos muchos de lo magnífico de esa imagen, porque muchos crecimos con ella y nos influye y abarca a todos: desde el tequila, las pinturas de Frida, las pirámides, el charro y sus andanzas, del mariachi y los boleros, de la maravillosa Ciudad de México y Polanco, Condesa y Coyoacán, de su tolerancia y apertura para el expatriado que encontraba allá refugio… del Chavo, Cantinflas y Pedro Infante, entre tantísimas otras expresiones culturales, políticas, populares y religiosas… y de esa imagen cultural tan bella, tan lograda y representativa, la de la Revolución, ya no queda mas que un “bello cadáver”, como diría mi maestro el doctor Alfonso Alfaro, imagen muerta desde 1982 con la gran crisis económica, el Salinato y los continuos golpes que recibe continuamente toda la nación, como Ayotiznapa y el segundo escape de la cárcel del narcotraficante “El Chapo” Guzmán.

Me entero de Julio Sherer gracias a la noticia de la muerte de don Jacobo; me refiero al fallecido fundador de la famosa revista Proceso, crítico del Estado autoritario y actual cronista del baño de sangre en el que vive hoy el gran país mexicano, su historia, a diferencia de la de don Jacobo, fue la de quien no se plegó al poder de los grandes presidentes-emperadores y pagó un precio. Al final, él escribió que don Jacobo vivió la vida que él despreciaba, esa vida de simulación profesional, de acomodamiento al régimen, de no cumplir con el deber de todo periodista: el informar de forma libre lo que pasa y que no podemos enterarnos el resto. ¿Cuántos periodistas guatemaltecos viven así?


Descansen en paz ambos periodistas, como debe descansar en paz ese “bello cadáver” y que la nación mexicana encuentre nuevamente un pacto mínimo, una historia común que la articule otra vez, abarcando esta vez al fenómeno del Crimen Organizado y el Narcotráfico y esa corriente cultural alterna que está en conflicto con lo nacional, como también compite a nivel político con el Estado que dice gobernar a los mexicanos desde Los Pinos.

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