3 dic 2007

Carlos Camargo



El recién pasado fin de semana, luego de varios días durmiendo, comiendo y bebiendo cuando quería, junto a mi familia y disfrutando del mar, la playa y las piscinas, me fueron a dejar a la parada de buses de Escuintla y otra vez entré en ese mundo tan distinto al mío, al de la precariedad, desesperanza y esfuerzo. El mundo de la Guatemala de atrás.

No se piense que me paso el día razonando sobre la injusticia del sistema económico, ni siquiera sobre la relativa aburrición del largo camino que significa ir y venir y vivir en Santiago Atitlán, de las comodidades, amigos y oportunidades que no estoy disfrutando en Guatemala.

Se trata de sumergirse en la realidad, salir de mi piel y vestirme con otras y me volvió a pasar, ese mismo domingo, todavía con el estómago lleno y varias Cubas Libres encima.

En la parada de buses hacia Santa Lucía, a varias cuadras a pié de donde me dejó mi familia, mientras esperaba la camioneta directa hacia Santiago, me puse a platicar con el vendedor de aguas de una tiendita cercana, al que le compré una botella de agua pura y un par de cigarros. Comenzamos a hablar de la Prensa Libre, la Revista D, que él colecciona y a veces usa en sus trabajos en la universidad, se confesó felizmente sancarlista, estudia ingeniería y estuvo muy interesado, más que por mi currículo, por las diferencias entre un lugar predominantemente indígena como lo es Santiago y el mundo ladino.

Me agradó hablar con él, me dijo que usaba la Internet cuando tenía tiempo, para leer sobre asuntos de su carrera y que incluso estaba en contacto con una inglesa que se encarga de proyectos de desarrollo en Sololá.

Un tipo inesperado, la verdad, sobre todo por ser mayor que yo, estar al frente de una pequeña tienda en la parada de Escuintla a Santa Lucía, en medio de la nada diríamos, alguien con sueños muy altos, que sin embargo vive un día a día que no se puede llenar solo con esperanzas, que necesita realidades palpables, ciertas, alguien que tiene deseos de sobresalir, de romper con su entorno, con su pasado y así hay cientos de miles de jóvenes que se esfuerzan todos los días por un futuro mejor al que les dieron sus padres.

Carlos se llama, me dijo que vive con su abuela y entre ambos lograron poner la tienda y ese trabajo le está permitiendo continuar sus estudios, admirable.

Un saludo para él y para mis lectores.

Desde la montaña azul.
Chris W.

1 comentario:

Black dijo...

que interesante experiencia voz, compartir con la gente que realmente vive la realidad del pais, que sale y se busca la vida y desea prosperar gente como esa es la que realmente hace la diferencia