Un joyero. Su título de ingeniero resultó inútil al emigrar a Sudáfrica. Le gustaban las antigüedades y el oro. Se convirtió en joyero y se casó. Excéntrico y polaco, Jarek fue un buen amigo. Hablábamos del país y de historia y al despedirnos, me regaló una caja con monedas de países extintos, un tesoro barato donde relucen emblemas patrios de gobiernos malditos: el Irán del Sha, Austria-Hungría e incluso de la mismísima República Española.
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