Hace
unas semanas falleció el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, muy conocido en
Guatemala gracias a la penetración de la televisión del país del norte, un tipo
admirado por mi abuelo por su seriedad y simpatía personal, ya mas
recientemente era un símbolo televisivo al que rendían homenajes y participaba en
coberturas deportivas o históricas especiales. En la visión que yo tenía, era
parte de ese viejo y espléndido México del siglo XX, respetable, grandioso,
influyente.
Estando
en viaje de estudios por la Ciudad de México en el mes de junio, se dio la
noticia de su fallecimiento y me sorprendió enterarme de la otra opinión que se
tiene allá sobre don Jacobo. Con la imagen de profesional cultivado, la de opaco
comunicador; junto a las generaciones de nuevos periodistas que formó a lo
largo de los años, el perfecto cómplice del régimen de Partido Único. Del ágil
comunicador en el drama vivido por el Terremoto de 1985 en la metrópoli, al
peón de la maquinaria de la presidencia imperial de Gustavo Díaz Ordaz para la
matanza de Tlatelolco de 1968.
Como
hablábamos con mis compañeros de estudio allá, la mayoría mas jóvenes y casi
todos de provincia, la imagen de México en el exterior ha sido una de las
políticas culturales, propagandísticas y diplomáticas más exitosas, pues siempre
me había dado la impresión, que creo que tenemos muchos de lo magnífico de esa
imagen, porque muchos crecimos con ella y nos influye y abarca a todos: desde
el tequila, las pinturas de Frida, las pirámides, el charro y sus andanzas, del
mariachi y los boleros, de la maravillosa Ciudad de México y Polanco, Condesa y
Coyoacán, de su tolerancia y apertura para el expatriado que encontraba allá refugio…
del Chavo, Cantinflas y Pedro Infante, entre tantísimas otras expresiones
culturales, políticas, populares y religiosas… y de esa imagen cultural tan
bella, tan lograda y representativa, la de la Revolución, ya no queda mas que
un “bello cadáver”, como diría mi maestro el doctor Alfonso Alfaro, imagen
muerta desde 1982 con la gran crisis económica, el Salinato y los continuos
golpes que recibe continuamente toda la nación, como Ayotiznapa y el segundo
escape de la cárcel del narcotraficante “El Chapo” Guzmán.
Me
entero de Julio Sherer gracias a la noticia de la muerte de don Jacobo; me
refiero al fallecido fundador de la famosa revista Proceso, crítico del Estado autoritario
y actual cronista del baño de sangre en el que vive hoy el gran país mexicano,
su historia, a diferencia de la de don Jacobo, fue la de quien no se plegó al
poder de los grandes presidentes-emperadores y pagó un precio. Al final, él
escribió que don Jacobo vivió la vida que él despreciaba, esa vida de
simulación profesional, de acomodamiento al régimen, de no cumplir con el deber
de todo periodista: el informar de forma libre lo que pasa y que no podemos
enterarnos el resto. ¿Cuántos periodistas guatemaltecos viven así?
Descansen
en paz ambos periodistas, como debe descansar en paz ese “bello cadáver” y que
la nación mexicana encuentre nuevamente un pacto mínimo, una historia común que
la articule otra vez, abarcando esta vez al fenómeno del Crimen Organizado y el
Narcotráfico y esa corriente cultural alterna que está en conflicto con lo
nacional, como también compite a nivel político con el Estado que dice gobernar
a los mexicanos desde Los Pinos.
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